Trekking en Capo Vaticano entre naturaleza y tradición.

Más de cincuenta kilómetros de arena blanca y acantilados que se sumergen en mil tonos de azul. Senderos panorámicos excavados en las rocas, naturaleza salvaje y majestuosa y pueblos que hablan de historia y autenticidad. De Pizzo Calabro a Nicotera, en la Tirrena calabresa la han llamado Costa degli Dei (Costa de los Dioses), porque aquí la belleza es tal que los dioses la han elegido como su hogar. Calas escondidas y oasis a los que sólo se puede llegar a pie recorriendo un largo tramo de escaleras, como la de Michelino en el pueblo de Parghelia, islotes que hablan de piratas y sirenas, como el Scoglio della Galera en Briatico, y luego lidos equipados entre eucaliptos y playas con una pequeña iglesia dentro de una cavidad natural, como Piedigrotta en Pizzo. A pocos minutos de la maraña de callejuelas del centro histórico, encaramado en un promontorio de toba, con el castillo aragonés donde Joachim Murat fue encarcelado y luego fusilado, y el callejón de los besos, con los besos más famosos del cine y la literatura adornando una empinada escalinata. Un mar cristalino y unos fondos prístinos, ricos en peces, algas y posidonia oceánica que se mueven sinuosamente al ritmo de las corrientes. Un paraíso para los amantes del submarinismo, como la playa de Marinella, cerca del pueblo de Zambrone, adornada con playas caribeñas y el Scoglio del Leone (Peñón del León), o la Grotta dello Scheletro (Cueva del Esqueleto), también conocida como la Cueva Blanca, porque basta sumergirse en su interior para adquirir una coloración blanca que casi parece un esqueleto. Una naturaleza exuberante de palmeras, naranjos, retamas que embriagan de pura belleza, con una perla: Tropea. Torres medievales y palacios aristocráticos incrustados en el acantilado se asoman como una gigantesca terraza sobre el mar azul. Enfrente está Isola Bella, donde se encuentra la iglesia de Santa Maria dell'Isola, un santuario que se ha convertido en símbolo de Calabria en el mundo con sus escalinatas excavadas en la roca y su jardín mediterráneo. La ermita desde la que disfrutar de la magia. Detrás de la isla se encuentra la Grotta del Palombaro, más allá de la cual se revela una playa escondida, a la que se llega más fácilmente por mar. Aquí, la gracia de la naturaleza se mezcla con el arte y la historia. En el pueblo se puede admirar la catedral del siglo XII con sus tres naves. Construida íntegramente en toba y piedra de lava, transformada después en estilo barroco y remodelada varias veces para reparar los daños sísmicos, hoy posee dos fascinantes portales góticos y en su interior alberga un icono de un alumno de Giotto y un majestuoso crucifijo negro. A lo largo de toda la costa, torres defensivas y de vigilancia cuentan la historia de saqueos y conquistas. Y por último, el promontorio de Capo Vaticano, un acantilado de granito en cuyas laderas crece la rara palmera enana. Espolones que abrazan la playa blanca, el faro al que se llega por pequeños caminos excavados en la roca, la vista que llega hasta las islas Eolias y el sol que se sumerge en el encanto.